En Paraguay, el deseo se disfraza de tabú y la hipocresía se viste de traje. Detrás de cada pantalla táctil, en la comodidad de una habitación con aire acondicionado, se mueven silenciosamente las protagonistas de un mercado tan antiguo como la civilización y tan moderno como un algoritmo: las acompañantes VIP. No lo verás en las noticias, pero basta con escribir “escort Asunción” en cualquier buscador para que se despliegue un mundo paralelo de lujo, deseo y contradicción.
Un mundo donde se paga, sí. Pero no solo por sexo. Se paga por silencio, por estilo, por discreción. Y sobre todo, por fantasías que la realidad ya no ofrece.
Llamarlas simplemente prostitutas es como llamar “albañil” a un arquitecto de interiores. Las mujeres de compañía en Paraguay diseñan experiencias. No es solo un cuerpo, es un servicio personalizado, a medida. Son especialistas en simular lo que muchas parejas han olvidado: atención, misterio, cortesía. Algunas son estudiantes. Otras, madres solteras. Varias manejan sus redes y tarifas como cualquier emprendedora digital. Pero todas, sin excepción, conocen el valor del tiempo... y del silencio.
Aquí no hay esquinas ni luces rojas. Hay departamentos en Villa Morra, cenas en restaurantes de autor, traslados en Uber Black y perfiles codificados en apps que solo los iniciados saben interpretar. ¿La tarifa? Varía. Pero lo que se compra, más allá de los minutos, es la sensación de poder.
Escribí “servicios de acompañantes en Paraguay” y verás una vitrina de glamour cuidadosamente editado. Pero detrás de cada foto de perfil, hay una historia con carne y hueso. Algunas buscan independencia. Otras, escapar de un sistema que nunca les ofreció opciones dignas. Muchas, simplemente, encontraron en este rubro una forma de sobrevivir con estilo en un país donde el trabajo formal a menudo paga menos que un almuerzo ejecutivo.
Y es ahí donde la antítesis se vuelve brutal: mientras una mujer que limpia casas cobra menos que el maquillaje de una escort, una acompañante que domina redes sociales puede ganar en una noche lo que un ingeniero en un mes. ¿Es justo? No. ¿Es real? Completamente.
El mundo de las escorts es como un hotel cinco estrellas: reluciente por fuera, lleno de habitaciones donde nadie quiere que se prendan las luces de verdad. Allí se encuentran el poder y la soledad, el dinero y el vacío. Porque muchos clientes no pagan por sexo. Pagan por no sentirse solos. Por no tener que explicar quiénes son cuando se apagan las luces.
Y ellas lo entienden. No porque sean manipuladoras, sino porque conocen mejor que nadie el alma humana. Aprendieron a descifrar los deseos ajenos como quien traduce jeroglíficos. No venden amor, pero lo actúan con tanta convicción que más de uno se lo cree.
Hablar de acompañantes VIP en Paraguay no es hablar de un lujo excéntrico. Es hablar del presente. De cómo el cuerpo se convierte en mercancía, en refugio, en poder, en riesgo. Es hablar de mujeres que manejan su tiempo, sus tarifas y sus límites con más claridad que muchos gerentes. Pero también, de un sistema que sigue empujando a miles hacia la única opción rentable.